lunes, 11 de febrero de 2013

El teatro del guiñol

El espectáculo televisivo ofrecido por Mariano Rajoy ha suscitado interesantes cuestiones en torno a la relación entre los medios de comunicación y el poder


La posible implicación del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, en el escándalo del caso Bárcenas ha enardecido la alarma social. Conminado a pronunciarse sobre el asunto en cuestión, Rajoy organizó el pasado sábado 2 de febrero una auténtica farsa televisiva en forma de rueda de prensa, pantalla mediante, que no admitía preguntas. Ya sea por cobardía, falta de respeto a los votantes o cualquier otro motivo, esta bochornosa actuación del presidente plantea un interrogante: ¿cuál es entonces la función de los periodistas? Si no se permite a estos profesionales de la comunicación abordar las cuestiones difíciles o incómodas, ¿para qué acudir siquiera a semejante teatro, pudiendo seguir cómodamente desde casa esta matrioska mediática?

Hace años que los ciudadanos critican, decepcionados, la pasividad de los medios. Más preocupados por sus aspiraciones políticas o económicas, los periodistas no cumplen con su labor social y se someten a un protocolo basado en un tácito pacto de no agresión entre políticos e informadores. Otra muestra menos reciente de ello fue aquella conferencia de 2003 en la que el ministro de Defensa de EE UU, Donald Rumsfeld, bromeaba despreocupadamente en el Pentágono con miembros de la prensa norteamericana a pesar de la amenaza de una inminente guerra contra Sadam Huseín.

Los periodistas de Occidente han descuidado su función en un intento de comerciar con la información, sacrificando la verdad en favor del poder económico (constituido por su disponibilidad de las audiencias) o político (en forma de favores y concesiones, formales o no). Mientras bailan al son del 'blues de los medios', como diría Yves Boisse, han olvidado que a quienes se deben es a los ciudadanos y no a los poderosos.

Las ruedas de prensa sin comparecencia ni preguntas son una pantomima, una imposición antidemocrática e inadmisible en cualquier Estado contemporáneo, especialmente si la trascendencia del contenido es tan notable como en los casos señalados. El error de los periodistas —y también de los ciudadanos— es creer que se trata de una situación normal o que no tiene remedio. Es menester concienciar a la población del necesario cambio y manifestar claramente el rechazo a estas prácticas a la hora de informar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario