miércoles, 24 de abril de 2013

Una respuesta democrática

La criminalización de los escraches crea un «falso conflicto» que distrae la atención de su objetivo


El ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, anunció dos semanas atrás que se establecerán perímetros de seguridad contra los escraches ante los domicilios de políticos. Hasta la fecha, más de una docena de miembros del Partido Popular se han enfrentado ya a este método de protesta basado en la acción directa. La primera fue la concejal barcelonesa María Ángeles Esteller, quien calificó el acto de «antidemocrático» (expresión que también usó recientemente Cristina Cifuentes) y «coactivo», en contra de la opinión del 75 % de las asociaciones de jueces que han expresado su parecer al respecto.

Cifuentes ha dado un paso más allá al afirmar que los escrachistas apoyan a grupos «proetarras», pero se muestra convencida de que «la inmensísima mayoría del pueblo español está en contra» del escrache, a pesar de que actualmente el 78 % de los españoles secundan este método, según Metroscopia. Eso sí: «siempre y cuando se lleve a cabo de forma pacífica», como han procurado señalar todos sus defensores, entre los que se encuentra la Organización Internacional del Trabajo.

Por mucho que María Dolores de Cospedal se empeñe en definir los escraches como «nazismo puro», se trata de una medida necesaria cuando todo lo demás ha fallado (denuncias, peticiones, manifestaciones y hasta una iniciativa legislativa popular). Ni siquiera sirve censurar el término bajo el argumento de que existen equivalentes en castellano, como se ha pretendido desde la Policía Nacional. Los ciudadanos tienen el derecho y el deber de exigir a sus representantes que hagan valer la voluntad popular.

El motín del escrache

El pueblo usa los escraches como arma para dar su merecido a los políticos


Escrache es una palabra muy pronunciada últimamente y acompañada de una gran polémica por las acciones que implica. El debate por el término plantea cuestiones como hasta qué punto deben ser permitidas estas actuaciones, que son principalmente insultos y acosos a los cargos políticos de nuestro país. Los dirigentes se echan las manos a la cabeza por esta actitud ciudadana; la secretaria general del PP, Mª Dolores de Cospedal, ha llegado a tildarlo de “nazismo puro”, un calificativo exagerado si no se reflexiona sobre el porqué de los escraches.

Es hora de asumir las responsabilidades de gobierno por parte de nuestros políticos. Nada justifica un insulto o un ataque, pero no puede sorprender el agotamiento de los ciudadanos, que han visto en los últimos años cómo la corrupción ha ido a más en el ámbito político, con penas irrisorias para los culpables y casos que se prolongan de forma indefinida por la lentitud de la justicia en este país. Los políticos han llevado a cabo a lo largo de esta legislatura políticas económicas restrictivas mientras ellos se llenaban los bolsillos; ejemplos de ello son la ley de desahucios, declarada abusiva por el Tribunal de Justicia de la UE, o la ley hipotecaria, ilegal según el Tribunal de acuerdo con lo que establece la Directiva 93/13/CEE sobre Claúsulas Abusivas en los Contratos Celebrados con Consumidores.

Una economía estancada y plagada de recortes asfixiantes ha hecho de los escraches el medio para atacar directamente a la clase política, una vía rápida para la justicia ciudadana. Dejaremos al lector el decidir si los cargos políticos se merecen o no el tratamiento recibido con los escraches, pero lo que no extraña ni sorprende es por qué se ha llegado a esta situación. Medidas desesperadas para tiempos desesperados.